He pasado una etapa convulsa, propiciada por el revoltijo de hormonas.
En primer lugar, me he empezado a agobiar de quedar siempre con el mismo pequeño grupo de amigos a los que veo ocho horas en el curro (y por los que incluso he ido con ellos a un festival de música electrónica que ni siquiera me gusta lo más mínimo). Me canso de ir a los mismos bares y repetir rutinas. ¡Necesito aire fresco! Conocer gente nueva, visitar otros lugares, hacer otras actividades más allá del levantamiento de pintas... He decidido que tras probar una temporada el ocio más extendido, voy a volver a mi esencia: es decir, a hacer lo que me apetezca en cada momento sin necesidad de acudir a los planes de grupo o tener que beber en exceso para divertirnos. Puedo disfrutar de cosas tan básicas como dibujar o cocinar.
Antes de que esta inercia pueda conmigo, quiero tomar las riendas de nuevo del control de mi vida. Ahora me voy a focalizar en el ejercicio, que falta me hace. Y de momento, las clases de yoga me están sentando muy bien.
Por otra parte, he decidido centrarme en mí misma y en encontrarme bien, precisamente porque creo que me había desviado de este objetivo. Me he dado cuenta de que a mi alrededor casi todo el mundo es egocéntrico (especialmente los hombres, sin duda) y, por tanto, conlcuyo que por qué no serlo yo también en estos momentos. A veces, preocupándome demasiado de los demás me he descuidado a mí misma, y si yo no me aprecio, nadie lo hará por mí. Y menos si deposito esta responsabilidad en una futura pareja... Ni hablar, los tíos con los que he caído tenían en común un ego tamaño argentino.
Así que estos son algunos de mis avances en cuanto a decisiones e intentos de ir madurando.
Pasando a imágenes más banales pero no menos importantes, os dejo con el resultado de un día creativo:
También estoy muy satisfecha con cómo me quedó el castillo de Windsor. Sin duda, ese día estaba inspirada.
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